El Cacharpari, un hasta luego
Escribe: Los Andes | Cultural - 19 feb 2015
A media mañana, en el “Día del Amor”, Omar Anahua y su esposa Celeste, cuentan a sus invitados que se casaron para llevar adelante el alferado del conjunto de sicuris Ciudad del Lago. La responsabilidad es tan especial que pusieron su fe y su compromiso sobre lo romántico. Así empieza el Cacharpari; más que despedida, un acto de renovación.
Los invitados de los alferados se dieron cita en el hogar de la pareja, la mayoría viste elegantemente, pero también hay quienes trajeron sus grandes sombreros de penachos y sus chalecos “Cagua”.
Como es la tradición, la imagen de la virgen y el niño han de ser trasladados desde el hogar de los Anahua hasta la iglesia San Juan. Son pocas cuadras. Antes de salir de su hogar, la pareja se cuida en resaltar que, junto a sus dos hijos, se sienten bendecidos por la virgen.
A ritmo de sikuri, adentante, la virgen de capa azul y blanca avanza lentamente, mientras doña celeste carga al niño como si fuera uno de carne y hueso. Luego de días lluviosos, el clima se muestra generoso y abraza con su calor a todos los presentes. Para alegría de los corazones, tocan un tema de su propia composición un sikuri al que llamaron “ Ciudad del Lago”, así el transcurso se hace corto.
En la iglesia San Juan los espera el padre Inocencio Suasaca, los esperan otros ocho conjuntos de sikuris, la virgen los verá entrar. Ya es medio día. El calor a laxado a muchos, la espera parece haber sido extendida por la voz baja obligada por el techo de la iglesia. El padre Inocencio lo sabe, pero también parece haber descubierto una peculiar forma de llevar el mensaje de fe a su rebaño. Les dice que el sermón será corto, que no desesperen. Ante “resaqueados” habla sobre la importancia de evitar el exceso de licor, habla de la fe (...) Acaso alguno por ahi jure no beber más. El sermón parece corto y efectivo, al menos por el momento.
El cacharpari, como casi todas nuestras costumbres, tiene de cristiano y de pagano o de nativo e invasor, visto desde el otro lado; para algunos lo más significativo será la misa, para otros, el recorrido se que hace por la calles.
Fuera de la misa, los asistentes se aprestan a iniciar la fiesta propiamente dicha, con orquesta, licor, baile, risas y alegría. Antes dan un recorrido, uno de los últimos. Los músicos parecen sorber a cada instante el placer de tocar. La virgen aún encabeza el recorrido. La ruta toma forma de U, se parte y se llega al parque Pino luego de recorrer el Jirón Lima, llegar a la plaza de Armas de Puno y regresar por el Jirón Arequipa.
En el local, todo está listo: los manteles de mesa, los cubiertos, las copas, la música suave, la comida envuelta, la cajas de cerveza. La mixtura cae sobre la pareja de los alferados y las santas imágenes. Los asistentes abrazan a los alferados, los felicitan y ellos parecen satisfechos y agradecidos.
Por un lapso de dos horas, luego de la comida, la fiesta se desarrolla como cualquier otra. Pero, en determinado momento empieza una especie de juego. En realidad se trata de un asunto muy delicado y serio: ¿Quién asumirá el alferado ahora?. No es fácil, se debe tener mucho tacto, poder de convencimiento, intuición y todo en medio de cervezas.
“Agarrar” el alferado, es a la vez, un gran compromiso, un gasto, un privilegio, una suerte, una carga y una bendición. Luego de conversar, avanzar, retroceder, en medio de frases como “sírvete lleno”; como si se trata de un “perfomance” de seducción, los actuales alferados logran convencer a una joven pareja.
Ellos parecen no darse cuenta de lo que está sucediendo cuando las relucientes bandas con la inscripción “ Alferados 2016” aparecen en sus cuerpos. Tampoco parecen reaccionar con la cerveza que cae sobre ellos.
Solo después de un tiempo se dan cuenta que van por la calle, en medio de los asistentes. Muchos de ellos están abrazados, cantan, tocan. Dos o tres ya perdieron la coordinación. Algunos prácticamente están siendo trasladados como si fuera por una marea. Ya son casi las 11 de noche y la imagen de la virgen y el niño son trasladados a la casa del joven alferado del 2016.
Este año, el alferado del conjunto Sikuris Altiplano en sus 16 años recaerá en Jorge Coyla Mamani y Edith Mestas Aceituno, quienes nos contaron lo sucedido para esta crónica.
Como es la tradición, la imagen de la virgen y el niño han de ser trasladados desde el hogar de los Anahua hasta la iglesia San Juan. Son pocas cuadras. Antes de salir de su hogar, la pareja se cuida en resaltar que, junto a sus dos hijos, se sienten bendecidos por la virgen.
A ritmo de sikuri, adentante, la virgen de capa azul y blanca avanza lentamente, mientras doña celeste carga al niño como si fuera uno de carne y hueso. Luego de días lluviosos, el clima se muestra generoso y abraza con su calor a todos los presentes. Para alegría de los corazones, tocan un tema de su propia composición un sikuri al que llamaron “ Ciudad del Lago”, así el transcurso se hace corto.
En la iglesia San Juan los espera el padre Inocencio Suasaca, los esperan otros ocho conjuntos de sikuris, la virgen los verá entrar. Ya es medio día. El calor a laxado a muchos, la espera parece haber sido extendida por la voz baja obligada por el techo de la iglesia. El padre Inocencio lo sabe, pero también parece haber descubierto una peculiar forma de llevar el mensaje de fe a su rebaño. Les dice que el sermón será corto, que no desesperen. Ante “resaqueados” habla sobre la importancia de evitar el exceso de licor, habla de la fe (...) Acaso alguno por ahi jure no beber más. El sermón parece corto y efectivo, al menos por el momento.
El cacharpari, como casi todas nuestras costumbres, tiene de cristiano y de pagano o de nativo e invasor, visto desde el otro lado; para algunos lo más significativo será la misa, para otros, el recorrido se que hace por la calles.
Fuera de la misa, los asistentes se aprestan a iniciar la fiesta propiamente dicha, con orquesta, licor, baile, risas y alegría. Antes dan un recorrido, uno de los últimos. Los músicos parecen sorber a cada instante el placer de tocar. La virgen aún encabeza el recorrido. La ruta toma forma de U, se parte y se llega al parque Pino luego de recorrer el Jirón Lima, llegar a la plaza de Armas de Puno y regresar por el Jirón Arequipa.
En el local, todo está listo: los manteles de mesa, los cubiertos, las copas, la música suave, la comida envuelta, la cajas de cerveza. La mixtura cae sobre la pareja de los alferados y las santas imágenes. Los asistentes abrazan a los alferados, los felicitan y ellos parecen satisfechos y agradecidos.
Por un lapso de dos horas, luego de la comida, la fiesta se desarrolla como cualquier otra. Pero, en determinado momento empieza una especie de juego. En realidad se trata de un asunto muy delicado y serio: ¿Quién asumirá el alferado ahora?. No es fácil, se debe tener mucho tacto, poder de convencimiento, intuición y todo en medio de cervezas.
“Agarrar” el alferado, es a la vez, un gran compromiso, un gasto, un privilegio, una suerte, una carga y una bendición. Luego de conversar, avanzar, retroceder, en medio de frases como “sírvete lleno”; como si se trata de un “perfomance” de seducción, los actuales alferados logran convencer a una joven pareja.
Ellos parecen no darse cuenta de lo que está sucediendo cuando las relucientes bandas con la inscripción “ Alferados 2016” aparecen en sus cuerpos. Tampoco parecen reaccionar con la cerveza que cae sobre ellos.
Solo después de un tiempo se dan cuenta que van por la calle, en medio de los asistentes. Muchos de ellos están abrazados, cantan, tocan. Dos o tres ya perdieron la coordinación. Algunos prácticamente están siendo trasladados como si fuera por una marea. Ya son casi las 11 de noche y la imagen de la virgen y el niño son trasladados a la casa del joven alferado del 2016.
Este año, el alferado del conjunto Sikuris Altiplano en sus 16 años recaerá en Jorge Coyla Mamani y Edith Mestas Aceituno, quienes nos contaron lo sucedido para esta crónica.
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