CRÓNICA: Ensayando con los Sikuris Mañazo

Escribe: JHON CARLOS FLORES | Cultural - 10 feb 2015| Fuente:www.losandes.com.pe
El músico y conocedor de los Sikus, Paco Mejorada, contó que los maestros del toyo (zampoña gigante), con algunos tragos de por medio, en lo más intenso de la ejecución de sus instrumentos, suelen llegar a un éxtasis musical, casi místico, tan enajenante como el goce sexual, luego del cual regresan de algún lugar fuera del espacio terrenal solo para darse cuenta de sus labios partidos, el cuerpo sudoroso y sus músculos de la caja toráxica completamente fatigados.
Gabriel Goyzueta Torres, “Guía Arca” del longevo conjunto Sicuris del Barrio Mañazo, si bien nunca vivió una de esas experiencias, cuenta que oyó de algunos de sus compañeros extraños pasajes, en los que en medio de la marcha, éstos, embriagados más por la música que por el licor, fueron llevados hacia “algún lugar”. “ Otra dimensión”, dice Gabriel, y agrega que sintieron haber avanzado 5 o más cuadras sin percatarse en absoluto del recorrido.
Esa es la naturaleza del sikuri: tiene algo de hipnótico y de algún poder que sacude el alma. Esto se siente en el estadio y en la parada; pero también aquí, en uno de los ensayos del conjunto, luego de que los tocantes, convocados por los sonidos de un bombo, se congregan en medio de la fría noche altiplánica. El punto de encuentro es el cruce del Jr. Puno y la Av. Simón Bolívar, en las puertas del local central del conjunto Sikuris Barrio Mañazo, para luego dirigirse a una plataforma deportiva.
Ellos continúan una tradición que viene desde 1892, año de la fundación de este conjunto, al que le atribuyen la paternidad de la diablada y de los sikumorenos. Ya en la plataforma, Gabriel, un joven ingeniero civil que este año tomó las riendas de la agrupación, junto a Josué Gonzales Vilca, el “Guía Ira”, me explica que el conjunto tiene la peculiaridad de reunir a generaciones.
Él se da un tiempo para evadir la responsabilidad de liderar a su grupo en el ensayo de esta noche y hablar conmigo. En un momento, como si se tratara de un antiguo héroe, menciona a Silverio Yucra, quizá el siku vivo más antiguo de todos, con 93 años de edad. “Tocó hasta los 87 años”, me dice.
Muchos de los integrantes son familia, me explica, mientras sus compañeros ejecutan su música querida. Por ahí pasa un caballero llevando su siku con una mano, mientras que en la otra a una niña que ya insinúa unos pasos de baile. Comprendo, entonces, que hay varios padres e hijos tocando en el conjunto.
Gabriel se inició en el conjunto a los 17 años, inspirado por un tío díscolo y querido: Freddie Augusto Montesinos Rosado, el “Volvo” Montesinos, quien sin proponérselo lo impulsó a bailar de apache por 5 años, para luego pasar a la fila de músicos por otros 5.
Actualmente es guía de 120 músicos que conforman el conjunto. Entre ellos se distribuyen las Chilis, Maltas, Suli, segunda de Malta, los bastos, segunda de basto, las sankas de ser el caso, y los imponentes toyos; sin olvidar a las pequeñas “uñas”, que conforman la variedad de sikus que manejan todos los músicos.
Los danzantes son aproximadamente 300, los cuales conforman una variada fauna de figuras y personajes. “Figuras de la cosmovisión andina”, explica Gabriel, pero no hay duda de que también son producto de su creatividad y de sus ganas de innovar en la danza; por eso existen los apaches y algunas otras figuras no muy andinas, que se mezclan entre los aproximadamente 100 personajes, como la cholita, el negrito arriero, el ganadero, la luna, el inka, el murciélago, el Manco Capac, los anchanchos (de los que nació la diablada, según lo cuentan) y el imponente Caporal, figura destacada por su traje de pedrería y sus múltiples caretas.
En un momento en el que los sikuris descansan, en medio de la conversación, irrumpe el sonido de una banda de instrumentos de “bronce”; el sonido invasor parece mucho más poderoso, es subyugante como la luz de un potente proyector que se impone a la luz de una fogata. “¿Aumentaron en número?”, pregunto. El guía, entonces, me responde que hace unos 6 años llegaban a 150 y hoy ya bordean los 450… ¡El sikuri está más vigente que nunca!
La fascinación inevitablemente despierta curiosidad. La pregunta inmediata e inocente surge: “¿Qué se siente tocar?” Gabriel intenta responder, pero es difícil. ¿Para qué sirve entender lo que se goza? Y como no se puede arrancar una explicación, uno se aproxima:
Mirando desde afuera, son como 240 pulmones aspirando y expirando con fuerza, y casi sin descanso, durantes tres horas (en la parada), su respectivo instrumento musical. El diafragma se mueve como una de esas plataformas de hule cuando un niño salta encima; el cerebro se mantiene en disposición de diálogo: pregunta y respuesta; la asfixiante individualidad de nuestros tiempos, el espíritu de competencia y la noción de lo particular, se disuelven en el diálogo con el par, en el esfuerzo colectivo…
La explicación, sin embargo, sigue resultando pobre.
¿Qué se siente pertenecer a un conjunto de sikuris? Generalmente los que tocan no están muy conscientes de sí mismos y los que no tocan se encuentran demasiado distantes. Quizá el recuerdo de quien esto escribe, ayude: al final de un concurso de sikuris, cuya fecha y motivo no recuerdo, vi a un joven siku, con una botella licor en una mano y el instrumento en la otra, mirando al cielo, parado frente a un automóvil y extendiendo sus brazos al cielo, cuando de pronto gritó: ¡Soy feliz!
¿Para qué decir más?

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